- diciembre 19, 2019
Historia del esmaltado
La manicura de las uñas y su esmaltado han sido una parte importante del imaginario social de la belleza desde el 3000 a. C. en China y Egipto hasta la actualidad, en todo el mundo. A los hechos nos remitimos: Cleopatra se pintaba las uñas con henna o pigmentos naturales color terracota intenso. Hoy en día, las esculpidas de Rosalía y sus diseños extravagantes −ya las ha decorado con diamantes o minijuguetes de plástico− son casi tan famosas como la cantante española.
Entre los fósiles del Antiguo Egipto se ha encontrado la tumba de Niankjanun y Janymjotep, los guardauñas del faraón Nauser; en criollo, los manicuristas cortesanos. Los tonos oscuros y las uñas largas eran para aquellos de los escalones más altos de la jerarquía social, indistintamente del sexo; los esclavos solo podían pintarse las uñas con colores claros y llevarlas cortas.
Durante la dinastía Chou en China, en el 600 a. C. aproximadamente, los ricos se empezaron a proteger las uñas con férulas de oro. El oro y la plata eran los nuevos ingredientes de los esmaltes, y eran una muestra de poder. Más tarde, durante la dinastía Ming –que gobernó entre 1368 y 1644−, la durabilidad de los esmaltes se aseguraba con cera de abejas, huevo o gelatina.
La costumbre del esmaltado como sinónimo del estatus social se trasladó desde el Antiguo Egipto hasta Europa, impulsada por las mujeres y hombres de Grecia y Roma.
No se encontraron muchos rastros de manicura durante la Edad Media. Tiene lógica: la pandemia de las distintas pestes obligaron a las personas a evitar los pigmentos y mantener sus uñas los más cortas posibles por cuestiones de higiene.
La técnica se profesionalizó en Francia en 1830, casi por accidente: al rey Luis Felipe I se le infectó un pellejito del dedo, y tuvieron que cortarle la piel salida. Entonces, el doctor inventó un kit de manicura que su sobrina se encargó de popularizarla por fuera de la realeza.
Ya en el siglo XIX, los instrumentos necesarios para la manicura llegaron a las mujeres estadounidenses. La tendencia eran las uñas cortas en forma de almendra.
En el siglo XX, la historia del esmaltado tiene un plot twist: los pigmentos naturales se dejan de lado para priorizar una versión menos espesa de la pintura de autos. En los años 20, se lanzó a la venta el primer esmalte sintético.
En los 50, Coco Chanel puso en boga los tonos oscuros; el rojo se volvió la opción de moda, con la media luna de un color más suave. El alargamiento en esta época consistía en cortar uñas naturales para pegarlas luego en la punta y cubrirlas de papel.
El acrílico para las esculpidas se empezó a usar gracias al dentista estadounidense Frederick Slack: en 1957, el hombre se rompió una uña que decidió arreglar con porcelana (fotopolímero dental). De molde, un papel. El negocio era cantado: los dentistas comenzaron a vender este tipo de porcelana a los y las manicuristas. Rápidamente, la industria de las uñas de porcelana pasó de ser norteamericana a una mundial.
El auge de las uñas postizas de fibra, seda o porcelana fue característico de la década de los 60.
La tecnología permitió que el acrílico evolucione para dañar lo menos posible la uña orgánica. A su vez, en 1985, se inventaron los primeros geles UV, que precisan de luz ultravioleta para su secado.
Vanta ofrece en su tienda oficial de Mercado Libre una nueva línea de esmaltes semipermanentes de gel, que se secan en cabina UV/LED. Hay 30 tonos, entre los que se encuentran el clásico vía láctea y blanco para francesita, tonos marrones, rosas, violetas, negro y varias opciones con glitter. También podés encontrar la base coat y la top coat, necesarias para el primer y último paso.
El esmaltado semipermanente de uñas es una de las técnicas más elegidas hoy en los salones. La ventaja es clara: la larga duración. Este tipo de material las conserva como recién pintadas hasta por dos semanas. Para quienes no tienen mucho tiempo para dedicarle a su mantenimiento, es la solución más eficaz, ya que tampoco se debe esperar a que se seque después de su aplicación.